domingo, 29 de mayo de 2011

Todo por un chiste

Sebastián estaba en la cola del cine para comprar algunos refrigerios, mientras su hermana aguardaba en la sala para reservarle un puesto junto a ella. La expectativa para ver una nueva película de El Padrino no era muy alta, la serie no necesitaba que se le añadiera nada más, al menos no en el cine, con un libro era suficiente. Sin embargo, su lealtad hacia la trilogía de Coppola y la curiosidad por las nuevas andanzas de los Corleone, les llevaron a un asiento frente a la gran pantalla.

Al recibir una bandeja de papas fritas, un par de bebidas y el dinero sobrante, Sebas, como le llamaban las personas de su entorno, se dio vuelta y salió caminando de la zona de alimentos. Se disponía a entrar a la sala número 1, donde aguardaba Anabella -su hermana-, cuando vio de reojo que un compañero de trabajo, que nunca le cayó bien, le hacía señas con los brazos.
Sebastián era profesional de la publicidad, pero por casualidades que ni él recordaba, tenía varios años viviendo de escribir sobre cine para una prestigiosa revista de su ciudad. Allí conoció a Saúl, el encargado de la sección de economía.

De antemano no confiaba mucho en los economistas, ni en nadie que entendiera cómo se manejaban los grandes flujos de dinero, pues consideraba que siempre sacaban provecho sobre el resto; pero no era por eso que Saúl nunca sería parte de los coprotagonistas de su vida (como él les decía a seres queridos). Tampoco es que perteneciera a la lista de villanos: “no es ni tan inteligente, ni tan importante”. Lo clasificaba como “papel de relleno”.

-¡Eh!, nariz de loro, aquí estoy, espera un minuto.

Inmediatamente vino a su mente la razón por la que no soportaba a Saúl: era un payaso. Siempre ponía apodos a las personas, y para llamar la atención contaba chistes, pero a Sebastián nunca le habían causado risa. Siempre le aseguraba: “con éste si te ríes”, pero no era así.

Quiso escabullirse, entrar a ver los comerciales previos a la película, pero fue imposible:

-¿Cuál vas a ver?, ¿El padrino? – Preguntó- No me jodas, ¿hasta cuándo Al Capone?

En ese momento, Sebas pensó: “No es Capone, ¡idiota!” Pero dijo:

-Sí, esa. Estoy apurado, me espera Anabella.

-Tómalo con calma viejito, ella puede esperar un minuto. –Respondió- Tengo un chiste nuevo buenísimo, ¡esta vez si te mueres de la risa!

Sabía que no iba a ser posible escapar, se resignó y casi suspirando agregó:

-Soy todo oídos, pero que sea rápido.

No pasó un segundo cuando Saúl empezó a decir su broma. Hacía muecas, torcía los ojos y brincaba, todo en pro de la chanza. Se esforzaba por lograr que Sebastián se carcajeara, era su deber lograrlo.

Cuando terminó el chiste, Sebas se sorprendió a si mismo riendo. Su compañero de trabajo lo miraba con asombro y regocijo, al tiempo que él soltaba risotadas cada vez más fuertes. La ocurrencia le había parecido realmente divertida y no podía parar de reír. Las personas que iban entrando se le quedaban mirando, pero no le importaba.

Cerró los ojos y comenzó a golpear una pared, la risa era incontenible. Recordaba el chiste una y otra vez en su cabeza, lo imaginaba, respiraba hondo y volvía a armar alborozo. Seguía riendo y abrió repentinamente los ojos, pero Saúl ya no sonreía, tenía expresión nerviosa y de desconcierto. Le preguntó: “¿Qué pasa?” Pero no hubo respuesta.

Miró a los lados y vio que las personas observaban con temor y hablaban en voz baja. Una niña se puso a llorar y su padre le tapó la cara. Pudo ver que uno de los trabajadores del cine le dijo algo a un oficial de seguridad y este se fue corriendo, pero el bullicio de la gente no le permitió escuchar. Detalló que todos los ojos no iban directo hacía él, sino a sus pies. Siguió las miradas y de repente sintió escalofríos; estaba paralizado, no podía creer lo que estaba viendo.

Yacía en el suelo, junto a la pared que minutos antes había golpeado, su cuerpo estaba como un juguete: inmóvil. No presentaba ninguna herida, tampoco moretones u otro indicio de sufrimiento físico, simplemente se encontraba allí, como si se hubiera desmayado. “¿Cómo es posible?”, pensó. Luego volvió a reflexionar: “¿Cómo puedo pensar lo que estoy pensando si perdí el conocimiento?”.

En ese momento llegó el oficial de seguridad que se había ido hace unos minutos, venía acompañado de dos paramédicos. Pasaron justo por el lugar en que estaba parado el Sebastián que pensaba, pero no lo tropezaron. Uno de los paramédicos le tomó el pulso en la muñeca, el cuello y uno de sus pies, luego miró a su compañero y negó con la cabeza. Conectaron unos cables a su pecho y observaron con detenimiento la pantalla de un aparato, pero por sus caras la respuesta no fue positiva.

Un minuto después llegó Anabella junto a Saúl, quien le había ido a buscar dentro de la sala. Estaba temblando y tenía las manos sudorosas. Como pudo, con una voz que casi se opuso a salir, preguntó a los paramédicos:

-¿Qué tiene? Soy su hermana.

Los dos hombres se miraron, ninguno decía nada. Hasta que uno de ellos dio un empujoncito al otro con su hombro, y este respondió:

-Lo siento señorita, está muerto.

Ella rompió en llanto y se sentó en el suelo, junto al cuerpo, a soltar todo el dolor y la impotencia que le producían la repentina muerte de su hermano. No imaginaba cómo había pasado, ni siquiera tenía idea de lo que había sucedido, pero en ese momento no quería averiguar nada, solo llorar.

El Sebastián que pensaba se hallaba aturdido ante toda la escena. Le hablaba, gritaba e intentaba tocarla en vano. Giró para hablar con Saúl y escuchó que uno de los paramédicos le decía:

- No podremos mover el cadáver hasta que llegue la policía.

“¿Cadáver?” Pensó Sebas. “¡No puedo ser un cadáver! ¡Aquí estoy!” Gritó con fuerza, pero todos lo ignoraron. Miró al autor del chiste, que era la única persona que podía tener alguna idea de lo sucedido, y dijo: “¿Qué carajo me ha pasado?, ¿Alguien me pegó mientras reía? Explícame ¡Coño!” Su compañero de trabajo no hizo caso.

La desesperación lo llevaba de un lado al otro del lugar, recapitulando cada instante de lo sucedido, desde que saludó a Saúl hasta que encontró su cuerpo en el piso. Se tomaba la parte posterior del cuello con su mano izquierda, juraría que estaba sudando pero no podía sentir el líquido.

Habría pasado media hora, cuando por la entrada del cine aparecieron dos policías uniformados y otro que vestía de civil. Sebastián supo que era uno de ellos porque tenía la placa ajustada al cinturón. Era evidente que este último estaba encargado del caso, porque de inmediato ordenó:

-Vayan a ver el cuerpo y pidan el informe a los paramédicos –Y preguntó- ¿Quién es el testigo?

Saúl se le acercó y le extendió la mano, el policía lo ignoro por unos segundos, luego le devolvió el saludo y dijo:

-¿Es usted?

-Sí, soy yo, oficial…

-Detective Colmenares, ¿su nombre es?

-Saúl López, detective. Todo –añadió temeroso- fue muy extraño. Nada más le conté un chiste.

El detective Colmenares le indicó con una mano que se callara, llamó a uno de los dos uniformados que le acompañaban y le ordenó que se quedara a su lado y anotara “cada palabra” del declarante.

-Ahora sí –decretó-, cuénteme todo lo ocurrido.

Antes de que el chistoso empezara a hablar se acercó Anabella, tenía los ojos hinchados y rojos, aunque había parado el sollozo. Se dispuso a escuchar. El Sebastián pensante se le unió en la tarea. Saúl habló:

-Nariz de loro… ¡Perdón! –Rectificó- Es que así le decimos en la oficina.

El pensante y su hermana le miraron mal.

-Continúe –mandó el detective.

-Vi que Sebastián iba a entrar a la sala y lo llamé para saludarlo, solo eso.

-Pero usted me dijo hace un instante que le había contado un chiste, no fue solo el saludo –recordó el detective Colmenares.

-Exacto, luego le conté un chiste –afirmó Saúl.

-¿Y luego que pasó? –interrogó el detective.

-Comenzó a reírse sin parar y luego ¡Puf! –Hizo un movimiento con sus manos- Se cayó.

-O sea que… ¿lo mató la risa? –Soltó en detective Colmenares- Eso no tiene sentido.

El policía que escribía, con cara de tonto, exclamó:

-¡Lo mató el chiste! ¡Lo mató el chiste!

-No diga pendejadas, eso es más disparatado todavía –le gritó el detective.

-¿Cómo puede matar la risa a una persona? –preguntó Saúl.

-¿Ustedes están sugiriendo que mi hermano se murió por reírse? –Intervino Anabella- ¡Están bien locos!

-Cálmese joven, estamos intentando descifrar el enigma –dijo el detective Colmenares.

-Pero no tiene pies ni cabeza –gritó Anabella, y se echó a llorar.

El detective observó el cadáver, meditó unos segundos y dijo:

-El cuerpo no puede seguir allí, métanlo a la bolsa. Ustedes –señaló a Anabella y Saúl- me acompañan a la comandancia para seguir con las declaraciones.

Entre los paramédicos y los policías levantaron el cuerpo y lo pusieron sobre una camilla en la que había una bolsa de plástico negra. El Sebastián que pensaba no podía creer lo que estaba viendo, y lo peor es que no había nada que pudiera hacer. Se había muerto de risa, nunca imaginó morir así. Era triste, se sentía desolado, no pudo despedirse de su familia y de sus amigos, ni siquiera de Anabella. La pobre Anabella, que le había acompañado al cine y ahora lloraba junto al cuerpo tendido.

Después de subirlo a la camilla, con su hermana llorando a un lado, los policías comenzaron a subir el cierre de la bolsa y Sebastián empezó a sentir calor. A medida que ascendía el cierre el calor aumentaba. De repente, cuando llegó a la altura del cuello, algo dentro de su cuerpo lo haló y abrió los ojos.


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miércoles, 25 de mayo de 2011

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Museo del Holocausto. Buenos Aires Capital Federal.

martes, 17 de mayo de 2011

¿Qué tanto saben de música?


Conocí este juego gracias a un pana que lo puso en Facebook, ahora lo coloco en el blog para que pongan a prueba sus conocimientos musicales. El reto consiste en relacionar los personajes de la imagen con bandas o artistas de rock famosos –se cuelan algunos que no entran en el amplio género rock- e ir escribiendo los nombres en los comentarios, enumerándolos, hasta completar la lista. ¿Cuántos hay? Son 75 autores los que aparecen representados, por lo tanto, son 75 nombres (duh).

Ya sé dónde están simbolizados 40 de los 75 artistas, pero solo les dejo un ejemplo, para que vean cómo es la cosa: los tres gorilas sobre los edificios son #1 Gorillaz. A ver si entre todos terminamos el listado, recuerden ponerle número a cada uno que adivinen y traten de no repetir los que otros hayan dicho.

P.D. El desafío lo creo la empresa Virgin hace algunos años.

P.D.2 Si le dan click a la imagen pueden verla más grande.

viernes, 13 de mayo de 2011

Fulgencio Gambeta

-¡Saquen el ron y préndanle candela al cuarto de Tula, que llegó Fulge!

Esa frase, dicha con fuerza y entusiasmo por una voz grave y ronca, me rescató de la agonía provocada por el fastidio reinante en uno de esos compromisos sociales a los que suelo asistir más por compromiso que por ganas de socializar.

Cuando el tedio de la fiesta comenzaba a liquidarme, apareció este hombre particular que no iba a olvidar por el resto de mi vida. Llamado por todos Fulge, el personaje que pronunció tan colorida oración fue bautizado por sus padres con el nombre de Fulgencio Gambeta, un tipo medio nómada, apasionado por la música cubana e hincha un equipo de fútbol que nunca ha ascendido a primera división.

Desde que entró al lugar, la pesadez del aire desapareció, y la reunión adquirió una diversión hasta el momento inexistente. Fulge fue saludando a cada uno de los presentes al tiempo que les invitaba un trago de ron venezolano, “el mejor del mundo”, como decía al pasar. Al momento de llegar a la terraza nos fue presentado a quienes no lo conocíamos.

Al saludar, miraba a las personas a los ojos durante unos 15 segundos, luego sonreía. Era un hombre no muy gordo, tampoco muy flaco. Sus ojos, que parecían dos islas grandes de un archipiélago formado junto con las pequeñas pecas de sus pómulos, estaban separados por la estrecha nariz en forma de ladera que terminaba en una depresión, rodeada por los montañosos labios carnosos que a todas las mujeres encantaban.

La costa de sus párpados daba inicio a unas pestañas con forma de jaral, templadas por el incesante abrir y cerrar de ojos de Fulgencio al conversar. Las cejas formaban una cordillera de pelo, que acompañaba con unos lentes de media luna para imitar el estilo de sus ídolos caribeños que tocaban la trompeta y la guitarra.

Su barba, como un bojedal, no podía esconder la pequeña cuenca que se formaba en su ancho mentón. Se afeitaba el bigote porque le disgustaba que no le cerrara el candado, esto le daba realce a sus mejillas que crecían cual dunas de piel color café.

Las orejas se alzaban como dos morrenas dentro de la desértica estancia que era su cabeza. Apenas un poco de cabello, similar al musgo de algunas plantas de climas fríos, crecía en la parte posterior de su cráneo.

De la septentrional frente de Fulge solo se veía un poco más de la mitad, el resto estaba oculta por un sombrero de ala corta volteada hacia arriba, que nunca se quitaba, y que era sostenido por sus orejas. Años después, me diría que tapaba su cabeza para que el sol no le quemara sus pensamientos.

Pero lo que más atraía de Fulgencio Gambeta era su forma de ser, esa personalidad que despertó el ánimo de todos y transformó la velada. Siempre tenía algo que decir, anécdotas para contar; pero no era de los que hablaba solo para llamar la atención, las personas lo escuchaban porque hablaba con gracia y sus cuentos eran poco comunes.

La caudalosa forma de hablar de Fulge no se la debía a los libros, no era precisamente un intelectual de biblioteca, era un erudito de la vida. Su cabeza protegida por el sombrero era un embalse de historias y experiencias almacenadas a lo largo de los años; y él no dudaba en compartirlas, dejando las más personales para sus amigos cercanos.

Sin importar lo carismático que era, siempre escondía un continente de misterio que todos intentaban descubrir. La curiosidad de los presentes por conocer las historias ocultas de Fulgencio crecía como la tundra en el páramo. Un hombre que, según decían, conocía cada rincón de la tierra, seguramente celaba montones de leyendas e historietas.

Palabra tras palabra, las personas de la fiesta se fueron sumergiendo en los cuentos de Fulgencio, ya sin preguntarse sus secretos. La reunión siguió su curso: los debates filosóficos afloraban y los bailes se iban apoderando se la sala del departamento, al ritmo del disco Buenavista Social Club.

Fulge, un músico y yo discutíamos sobre el tamaño ideal que debía tener una botella de cerveza, para que el líquido se conservara frío durante el tiempo justo de consumo. Eso nos llevó a discernir sobre el promedio de duración de un ser humano para ingerir un litro de cerveza, cuando comencé a sentir que el viento me zarandeaba. En ese instante, Fulgencio se percató de mi situación, y mirándome fijamente a los ojos, se acercó, me tomó los hombros y empezó a revolverme al mismo ritmo del aire.

Como en sintonía con el movimiento, el rostro de Fulge fue cambiando de forma: el bojedal de su cara desapareció, el musgo de la cabeza se hizo largo y la cordillera de sus cejas se rompió en la mitad. Al cesar la tembladera, el hombre se había transformado en mi esposa, esa compañera inseparable que me regaló la vida y, con la voz de mi mujer, dijo:

-Amor, estabas profundo.

Eché un vistazo y observé a varias personas conocidas, me encontraba casi acostado sobre un puf y a mi lado había una copa de vino a la mitad; mi esposa sonreía con dulzura. Estábamos en el cumpleaños de un aburrido abogado y me había quedado dormido. Le dije a ella:

-Podría jurar que estuve hablando con Fulge.

Dos segundos después abrieron la puerta de la casa y se escuchó:

-Sirvan el ron y pongan a sonar a Compay Segundo.

Fulgencio Gambeta acababa de llegar a la fiesta.


Por @GustavoECL

lunes, 9 de mayo de 2011

Misión Emilio: ejecutada

En Televen comenzó un nuevo programa humorístico con Emilio Lovera, de hecho, Emilio es la piedra angular del show. Cuando me enteré vía twitter, gracias al propio intérprete de Perolito, uno de sus personajes que me hizo reír que jode, lo primero en que pensé es que la esperanza es lo último que se pierde. Siempre hay una luz al final del túnel. Ese anuncio significó para mí la revelación de algo grande: El buen humor regresa a la televisión abierta venezolana.

No pude ver el programa en vivo porque no estoy en Venezuela, pero acabo de mirarlo gracias a la maravilla llamada youtube. Tal vez lo que estoy escribiendo es en caliente, sin mucho análisis, sin embargo lo hago ahorita, porque mañana tengo muchas vainas que hacer y en el poco tiempo libre que tenga me da ladilla escribir –es que mis obligaciones tienen que ver con escribir-.

El concepto del programa es un híbrido de secciones de otros shows, ideas nuevas y algunos de los inmortales personajes de Emilio. La parodia de noticieros se ha hecho en infinidad de lugares y ésta en particular me recordó a Saturday Night Live. A pesar de esto me hizo reír, principalmente por los nombres de los periodistas. Igual va un solo capítulo, hay que darle tiempo al proyecto.

Por otro lado, Gustavo “El Chunior” y Chepina son personajes a los que les queda mucho jugo, aunque pienso que Emilio debe acompañar su talento con buenos guionistas para exprimirlos. De todas formas fueron de lo que más me hizo carcajear.
Misión Emilio, como se llama el show, también cuenta con algunas caras conocidas, de viejos sketchs cómicos venezolanos. Será cuestión de esperar que vayan engranando todas esas piezas y que la apuesta tome forma, porque en la televisión las primeras emisiones suelen ser ensayos y con el correr del tiempo los programas van acercándose a su ideal.

En el rol de conductor todavía le falta soltarse un poco a Lovera. Se vio bien con su primera invitada, la bellísima Erika De La Vega, aunque debe ponerse cómodo en esa nueva función que tiene para que explote todo su potencial.

Esto no es un veredicto ni nada parecido –no soy nadie para hacerlo-, nada más les digo que disfruté viendo el debut de Misión Emilio, pero mis expectativas eran mayores. Durante los 42:40 minutos que dura fue mayor el tiempo que pasé sin cuajarme de risa. A pesar de eso estoy tranquilo, la fe en el programa sigue intacta, porque sé del talento que tiene Lovera.

No voy a escribir más paja, aquí les dejo el video (sin comerciales) de la primera emisión de Misión Emilio, el nuevo programa cómico de Venezuela.

La inaccesible caja de bombones


El frío aumenta considerablemente con el pasar de las horas, durante el segundo día de mayo en Buenos Aires. Cerca de las cinco de la tarde el colectivo 29 me deja en la avenida Almirante Brown, no hay nadie jugando en los dos campos de fútbol públicos de la entrada a La Boca. No es momento de jugar, sino de ver jugar.

Las encharcadas zonas de las arquerías, despobladas de pasto, en uno de los campos adyacentes a Casa Amarilla, son parte del incorrupto decorado futbolero del sector. Aquí juegan los chicos del barrio, y unos metros más allá, dentro de algunas paredes y rejas identificadas con un escudo de borde amarillo y fondo azul, entrenan día a día sus ídolos. El lugar sugiere tanto fútbol que podría jurar que el fuerte viento que corre, me susurra: “Jugá nene, tocá la pelota un poco”. El acento no puede ser otro.

Pero no es día de entrenamiento este lunes en Casa Amarilla. La coincidencia del mundialmente celebrado día del trabajador con el domingo, obligó a la AFA a mover los partidos dominicales de la fecha 12 para hoy. A pocos metros, La Bombonera espera el inicio de la fiesta, que tiene un invitado de lujo, otro grande: el Club Atlético Independiente.

Como estaba previsto, entradas las seis de la tarde me encuentro con el colega colombiano que me acompañará a ver el partido. No vamos acreditados, no vamos a trabajar, el plan es ingresar al estadio como aficionados que somos a este deporte. Boca y El Rojo de Avellaneda no vienen bien en el torneo, por lo que la disponibilidad de entradas no será un problema.

Mientras caminamos vemos que la gente va poblando poco a poco el lugar. Se forman pequeños grupos de personas, todas con los colores locales. Apuramos el paso y preguntamos al seguridad de la primera barrera metálica por las taquillas para comprar los tickets, el oficial suelta una risita y nos dice: “No hay venta de boletería, y si van a comprar revendidas mostrámelas antes de pagar, porque hay muchas truchas”.

Aunque no esperamos un lleno con estos dos equipos venidos a menos, clásico es clásico y teníamos prevista esta situación, ya sospechábamos que las entradas las compraríamos a revendedores.


Caminamos unos metros y nos detenemos cerca del arco sur de una de las canchas públicas. Ni el despiadado frío puede arruinar el ambiente que genera la hinchada en las afueras del estadio. Se nos acerca un hombre y nos ofrece entradas, 150 pesos cada popular. Le pregunto si se llena el Alberto J. Armando y me responde: “Yo creo que sí che, todavía falta un rato”. Son las siete y ya está oscuro, el encuentro arranca a las ocho con veinte. Decidimos esperar.

Llegamos a la conclusión de que faltando poco para el inicio del juego nos venderán las boletas más baratas. Cada dos por tres se nos van acercando a ofrecérnoslas, y vamos estudiando a cada tipo para deducir la confiabilidad como consecuencia del aspecto. Al de mejor apariencia, previo consenso, será al que le compremos los dos tickets.

El pasamontaña, los guantes y la bufanda ya no valen medio, la nevera porteña arrecia contra nosotros. Falta media hora para que arranquen a jugar Xeneizes y Rojos. Tenemos que dar sentencia, ¿a quién le compramos? Un “chavón” con gorra y uniforme original de entrenamiento es el elegido. Sin mucho regateo nos acepta los 80 pesos por cada entrada. Llama por radio, aparece un gordo con pinta de maleante, le da los dos tickets y le recibe el dinero. El “chavón” nos entrega las boletas que le dio el gordo y nos indica por dónde entrar.

Mientras caminamos hacia el ingreso de la popular la emoción va creciendo. Al parecer veremos las tribunas colmadas, la cantidad de público que va entrando es numerosa. Se escuchan cantos, se ven banderas y se respira fútbol. La Bombonera nos recibirá por primera vez, con todo su esplendor.


Nos acercamos a la puerta, unos cinco metros nos separan del acceso y un miembro de la seguridad ve las entradas y nos detiene: “No pueden pasar, esas boletas son truchas”. Nos pide los dos trozos de papel, los revisa y confirma la terrible noticia: “Son falsas, se rompen”. Las rasga con facilidad y las mete en un bolsillo. No quiere devolvérnoslas para que vayamos a reclamarle al “chavón”, pero la insistencia de mi compañero le hace cambiar su negativa.

Vamos a paso rápido porque faltan pocos minutos para que comience el partido y tenemos que encontrar al estafador. El ego sufre cuando te engañan y si le sumamos la pérdida de plata mucho más. El farsante tiene que aparecer.

Llegamos a la otrora atractiva cancha aledaña, la rabia no me permite ver las cosas con los mismos ojos de hace unas horas. Después de chequear el lugar divisamos al hombre que nos tramó, no fue tan inteligente como para irse. Mi amigo colombiano lo encara y le pide el dinero; el “chavón” intenta persuadirnos y nos ofrece unas nuevas entradas por menos pesos. Le exigimos otra vez la plata y no tiene más opción que ir a hablar con el gordo, este le reprime y le entrega los billetes, que luego nos son devueltos.

En pocos minutos los alrededores del estadio quedan casi desiertos y la policía retira las barreras de metal. La ilusión de ver el partido murió con la rapidez de un parpadeo. Desde afuera escuchamos las hinchadas de ambos equipos recibiendo a sus jugadores y sentimos como late La Bombonera. La tristeza hace que la noche enfríe mucho más.

Nos ponemos a caminar por una de las calles que encierran el estadio, todavía hay personas llegando al partido. Al hablar con uno de los trabajadores de los accesos descubrimos que Boca nunca vende entradas en taquilla. Los lugares están reservados para sus socios, que exceden en número la capacidad del recinto. Las pocas boletas legales que existen en la calle son recibidas por algunos hinchas de manos de los propios directivos y no son baratas. Hay otras formas de ingresar a los partidos del Xeneize, pagando buena plata a ciertas personas y siguiendo sus instrucciones. El deporte no es ajeno a la corrupción y este es otro de tantos ejemplos.


Desde la acera vemos la barra roja y, más abajo, parte de los aficionados locales. El ambiente es único, en pocos estadios del mundo se vive un partido como en el de Boca y no hace falta estar adentro para saberlo. Muchos hinchas auténticos se quedaron en las calles circundantes escuchando el juego por radio. Ellos también sufren por la mafia de las entradas.

Nos quedamos a hacer compañía a los aficionados excluidos del privilegiado grupo que está adentro. Miro a los lados y detallo las viejas calles de casas afrancesadas, con sus aceras cubiertas de hojas que antes de caer fueron teñidas de marrón por el otoño. Los faros alumbran con luces cálidas y tenues. Analizo la escena y percibo la magia de estar escuchando el partido en ese lugar, a través de un viejo radio puesto sobre el techo de un Chevrolet de los años ochenta. La Boca recuperó el encantó que la estafa le había quitado. El clásico terminó 1 a 1, por los Xeneizes marcó Palermo y por los rojos de Avellaneda lo hizo Villafañez.

Por @GustavoECL
(Crónica escrita para www.futbolestodo.com)

Fotos: @CarlosHclavijo