lunes, 9 de mayo de 2011

La inaccesible caja de bombones


El frío aumenta considerablemente con el pasar de las horas, durante el segundo día de mayo en Buenos Aires. Cerca de las cinco de la tarde el colectivo 29 me deja en la avenida Almirante Brown, no hay nadie jugando en los dos campos de fútbol públicos de la entrada a La Boca. No es momento de jugar, sino de ver jugar.

Las encharcadas zonas de las arquerías, despobladas de pasto, en uno de los campos adyacentes a Casa Amarilla, son parte del incorrupto decorado futbolero del sector. Aquí juegan los chicos del barrio, y unos metros más allá, dentro de algunas paredes y rejas identificadas con un escudo de borde amarillo y fondo azul, entrenan día a día sus ídolos. El lugar sugiere tanto fútbol que podría jurar que el fuerte viento que corre, me susurra: “Jugá nene, tocá la pelota un poco”. El acento no puede ser otro.

Pero no es día de entrenamiento este lunes en Casa Amarilla. La coincidencia del mundialmente celebrado día del trabajador con el domingo, obligó a la AFA a mover los partidos dominicales de la fecha 12 para hoy. A pocos metros, La Bombonera espera el inicio de la fiesta, que tiene un invitado de lujo, otro grande: el Club Atlético Independiente.

Como estaba previsto, entradas las seis de la tarde me encuentro con el colega colombiano que me acompañará a ver el partido. No vamos acreditados, no vamos a trabajar, el plan es ingresar al estadio como aficionados que somos a este deporte. Boca y El Rojo de Avellaneda no vienen bien en el torneo, por lo que la disponibilidad de entradas no será un problema.

Mientras caminamos vemos que la gente va poblando poco a poco el lugar. Se forman pequeños grupos de personas, todas con los colores locales. Apuramos el paso y preguntamos al seguridad de la primera barrera metálica por las taquillas para comprar los tickets, el oficial suelta una risita y nos dice: “No hay venta de boletería, y si van a comprar revendidas mostrámelas antes de pagar, porque hay muchas truchas”.

Aunque no esperamos un lleno con estos dos equipos venidos a menos, clásico es clásico y teníamos prevista esta situación, ya sospechábamos que las entradas las compraríamos a revendedores.


Caminamos unos metros y nos detenemos cerca del arco sur de una de las canchas públicas. Ni el despiadado frío puede arruinar el ambiente que genera la hinchada en las afueras del estadio. Se nos acerca un hombre y nos ofrece entradas, 150 pesos cada popular. Le pregunto si se llena el Alberto J. Armando y me responde: “Yo creo que sí che, todavía falta un rato”. Son las siete y ya está oscuro, el encuentro arranca a las ocho con veinte. Decidimos esperar.

Llegamos a la conclusión de que faltando poco para el inicio del juego nos venderán las boletas más baratas. Cada dos por tres se nos van acercando a ofrecérnoslas, y vamos estudiando a cada tipo para deducir la confiabilidad como consecuencia del aspecto. Al de mejor apariencia, previo consenso, será al que le compremos los dos tickets.

El pasamontaña, los guantes y la bufanda ya no valen medio, la nevera porteña arrecia contra nosotros. Falta media hora para que arranquen a jugar Xeneizes y Rojos. Tenemos que dar sentencia, ¿a quién le compramos? Un “chavón” con gorra y uniforme original de entrenamiento es el elegido. Sin mucho regateo nos acepta los 80 pesos por cada entrada. Llama por radio, aparece un gordo con pinta de maleante, le da los dos tickets y le recibe el dinero. El “chavón” nos entrega las boletas que le dio el gordo y nos indica por dónde entrar.

Mientras caminamos hacia el ingreso de la popular la emoción va creciendo. Al parecer veremos las tribunas colmadas, la cantidad de público que va entrando es numerosa. Se escuchan cantos, se ven banderas y se respira fútbol. La Bombonera nos recibirá por primera vez, con todo su esplendor.


Nos acercamos a la puerta, unos cinco metros nos separan del acceso y un miembro de la seguridad ve las entradas y nos detiene: “No pueden pasar, esas boletas son truchas”. Nos pide los dos trozos de papel, los revisa y confirma la terrible noticia: “Son falsas, se rompen”. Las rasga con facilidad y las mete en un bolsillo. No quiere devolvérnoslas para que vayamos a reclamarle al “chavón”, pero la insistencia de mi compañero le hace cambiar su negativa.

Vamos a paso rápido porque faltan pocos minutos para que comience el partido y tenemos que encontrar al estafador. El ego sufre cuando te engañan y si le sumamos la pérdida de plata mucho más. El farsante tiene que aparecer.

Llegamos a la otrora atractiva cancha aledaña, la rabia no me permite ver las cosas con los mismos ojos de hace unas horas. Después de chequear el lugar divisamos al hombre que nos tramó, no fue tan inteligente como para irse. Mi amigo colombiano lo encara y le pide el dinero; el “chavón” intenta persuadirnos y nos ofrece unas nuevas entradas por menos pesos. Le exigimos otra vez la plata y no tiene más opción que ir a hablar con el gordo, este le reprime y le entrega los billetes, que luego nos son devueltos.

En pocos minutos los alrededores del estadio quedan casi desiertos y la policía retira las barreras de metal. La ilusión de ver el partido murió con la rapidez de un parpadeo. Desde afuera escuchamos las hinchadas de ambos equipos recibiendo a sus jugadores y sentimos como late La Bombonera. La tristeza hace que la noche enfríe mucho más.

Nos ponemos a caminar por una de las calles que encierran el estadio, todavía hay personas llegando al partido. Al hablar con uno de los trabajadores de los accesos descubrimos que Boca nunca vende entradas en taquilla. Los lugares están reservados para sus socios, que exceden en número la capacidad del recinto. Las pocas boletas legales que existen en la calle son recibidas por algunos hinchas de manos de los propios directivos y no son baratas. Hay otras formas de ingresar a los partidos del Xeneize, pagando buena plata a ciertas personas y siguiendo sus instrucciones. El deporte no es ajeno a la corrupción y este es otro de tantos ejemplos.


Desde la acera vemos la barra roja y, más abajo, parte de los aficionados locales. El ambiente es único, en pocos estadios del mundo se vive un partido como en el de Boca y no hace falta estar adentro para saberlo. Muchos hinchas auténticos se quedaron en las calles circundantes escuchando el juego por radio. Ellos también sufren por la mafia de las entradas.

Nos quedamos a hacer compañía a los aficionados excluidos del privilegiado grupo que está adentro. Miro a los lados y detallo las viejas calles de casas afrancesadas, con sus aceras cubiertas de hojas que antes de caer fueron teñidas de marrón por el otoño. Los faros alumbran con luces cálidas y tenues. Analizo la escena y percibo la magia de estar escuchando el partido en ese lugar, a través de un viejo radio puesto sobre el techo de un Chevrolet de los años ochenta. La Boca recuperó el encantó que la estafa le había quitado. El clásico terminó 1 a 1, por los Xeneizes marcó Palermo y por los rojos de Avellaneda lo hizo Villafañez.

Por @GustavoECL
(Crónica escrita para www.futbolestodo.com)

Fotos: @CarlosHclavijo

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